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Acaso hallen algo interesante en él quienes mantienen un compromiso de vida con la justicia y con la belleza.

miércoles, 30 de diciembre de 2015

Soltar lastres y preparar la resistencia

CONTRA ALGUNOS MITOS
ACEPTADOS ACRÍTICAMENTE POR BUENA PARTE DEL CAMPO POPULAR


La dilación de las grandes potencias para frenar el calentamiento global en la XXI Conferencia Internacional sobre Cambio Climático, el avance de Marie Le Pen en las elecciones regionales de una Francia fascistizada ante la proliferación de refugiados y  el asedio de E.I., así como las ofensivas conservadoras en Venezuela y Argentina hablan de una insuficiente capacidad de los pueblos para consolidar sus conquistas. El capitalismo transita su crisis dando zarpazos de león herido. En un escenario de lucha social creciente, se impone sacar conclusiones sobre la experiencia acumulada por l@s argentin@s durante este primer tramo del Siglo XXI, a los efectos de evitar reveses capaces de seguir obstaculizando el camino hacia la liberación.

“El modelo de la última década acentuó los desequilibrios estructurales del capitalismo argentino. Mantuvo una política impositiva regresiva, afianzó la primarización sojera, agravó el extractivismo minero-petrolero y perpetuó la estructura industrial concentrada. Otorgó, además, grandes subvenciones a los “capitalistas amigos” (Cirigliano, Báez, dueños de Cresta Roja) que impidieron modificar los pilares de la desigualdad social.

Es imprescindible romper el corset de dos alternativas capitalistas como único programa para la Argentina. Si sólo hay campanas neoliberales y neo-desarrollistas con disputas entre ortodoxos y heterodoxos, el país está condenado a un recambio cíclico de unos por otros. Construir una economía productiva al servicio de las mayorías populares exige transitar por otro camino”.

Claudio Katz


Contra el mito del carácter homogéneo
de los procesos populares en América Latina

Quienes tuvimos oportunidad de aportar in situ nuestro granito de arena a la incipiente Revolución Bolivariana manteniendo un espíritu crítico respecto al modelo neo desarrollista que simultáneamente despuntaba en la Argentina, fuimos testigos de cómo se iba instalando un relato continental de mutua conveniencia (en Venezuela para evitar el aislamiento y en nuestro país para barnizar de progresismo el proceso de acumulación por desposesión en curso) tendiente a igualar los propósitos de fenómenos políticos claramente diferentes. En efecto, así como en la Patria de Bolívar germinaba un verdadero poder popular crecido desde las bases insurrectas durante el Caracazo - y en Bolivia las mayorías indias y mestizas protagonizaban un ascenso semejante al cabo de siglos de humillación y castigo -, aquí el sistema colapsaba asediado por un nuevo y brioso movimiento social que no tardó en ser asimilado por un reciclaje institucional destinado a restaurar la gobernabilidad arrebatando muchas de sus banderas para neutralizar aquel potencial subversivo. Hoy la perspectiva histórica permite objetivar que si en los últimos años se vivió un auge de conquistas populares en la región, la proa de dicha nave fue indudablemente ese patriota visionario llamado Hugo Rafael Chávez Frías, acaso el estadista que más bregó por el todo trascendiendo su parte, infrecuente cualidad que cada vez torna más verosímil la posibilidad de su eliminación por parte del Imperio.

Contra el mito del desarrollo

“El desarrollo es un barco con más náufragos que tripulantes”

Eduardo Galeano,
“Las venas abiertas de América Latina”

Curiosamente, pese a los litros de tinta vertidos al respecto por los más lúcidos y escarmentados analistas del mundo periférico, una nueva generación de jóvenes argentinos enamorados de la política durante la última década quedó atrapada en las redes de un discurso que llegó a la histórica disyuntiva de nuestro primer ballotage presidencial afrontando falazmente la confrontación entre dos modelos supuestamente contrapuestos, cuya opción “más popular” enarboló desembozadamente la alternativa del “desarrollo” como bandera del cambio necesario: Sólo la aniquilación de una conciencia crítica acumulada durante años de lucha, perpetrada por los genocidas y resignada por adultos renegados de las grandes utopías humanas explica que no haya podido evitarse tamaña estafa. Nunca está de más recordar que, mientras los neoliberales y keynesianos centran sus análisis en temas unilaterales o concretos, el pensamiento crítico asume que hay estructuras internacionales que llevan a la desigualdad social. Como se sabe, según la Teoría de la Dependencia existe un norte o centro que acumula riquezas e innova en tecnología pero a costa de explotar al sur o periferia que carece de tales posibilidades por imposición de los países ricos, perpetuando así un desarrollo asimétrico. La filosofía desarrollista se sustenta pues en la ilusión de un progreso ilimitado basado en la explotación suicida de los recursos naturales. Cabe pues a los pueblos echar mano a su inventiva para ensayar vías diferentes a la del capitalismo. Dichos postulados constituyen la principal crítica a la Globalización Imperial.

Contra el mito de un Estado garante del empoderamiento popular

Las primeras organizaciones sociales co protagonistas del “Argentinazo” de 2001 que sucumbieron al espejismo de una “segunda oportunidad histórica para la Generación del 70” se dejaron cooptar bajo el justificativo de que a partir de 2003 había un “Estado en disputa” y proponiéndose jugar el rol de una izquierda dispuesta a radicalizar las propuestas del gobierno en ciernes. Visto que alguna vez hicieron gala de su poder de movilización bajo la denominación de Unidos y Organizados, y considerando la pobreza política franciscana expresada por la disyuntiva terminal Scioli o Macri, tenemos derecho a pensar que no pusieron demasiado énfasis en su objetivo original… o resolvieron cortar camino hacia un bienestar individual dedicándose a forrarse para cuando volviese el tiempo de las vacas flacas. Hoy más que nunca cobra vigencia entonces la sentencia de Evita cuando afirmaba que “sólo el pueblo salvará al pueblo”, idea que obliga a revisar profundamente ese lugar común entre numerosas fuerzas del campo popular propensas a sufrir cierto complejo de inferioridad cuando no cuentan con sustantivas porciones de poder institucional en los estamentos del Estado, toda vez que sobran experiencias exitosas de autogobierno popular - comisiones internas independientes de las burocracias sindicales o empresas gestionadas por sus trabajadores - capaces de demostrar que el mentado poder no depende exclusivamente de hacerse con las herramientas creadas por el propio sistema a fin de perpetuarse.

Contra el mito de que el bienestar de una sociedad depende del consumo

 “Qué consumo queremos es una gran pregunta, y creo que podemos decir a la gente: miren, no estamos en contra del consumo, estamos a favor del buen consumo: comida limpia, sana y buena en lugar de comida chatarra, menos tiempo de transporte, mayor proximidad del trabajo a la residencia, rediseño urbano”

David Harvey

La posmodernidad ha generado un espacio complejo en el devenir de la existencia humana, básicamente por la desmedida valoración del consumo, acarreando con ello insatisfacción en términos políticos, sociales y filosóficos, lo que ha conducido a una puesta en cuestión de la búsqueda del bienestar y la felicidad. Ambos términos representan una condición indudablemente positiva y deseada por la humanidad. El mundo globalizado ha tenido como estandarte del bienestar de las naciones un parámetro macroeconómico conocido como Producto Bruto Interno (PBI), el cual cada vez resulta más obsoleto, dando paso a nuevos paradigmas, en mayor armonía con el planeta, como el estatuto del Buen Vivir de los pueblos andinos.

En Argentina, durante la llamada “Década ganada” se ha repetido hasta el cansancio que el “círculo virtuoso” de la producción y el consumo garantiza el bienestar social… sin embargo el Premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz - alguna vez referente de la dirigencia que sostuvo el postulado en cuestión - afirma que “El Producto Bruto Interno (PBI) sólo compensa a los gobiernos que aumentan la producción material. […] No mide adecuadamente los cambios que afectan al bienestar, ni permite comparar correctamente el bienestar de diferentes países […] no toma en cuenta la degradación del medio ambiente ni la desaparición de los recursos naturales a la hora de cuantificar el crecimiento. […] esto se verifica particularmente  en Estados Unidos, donde el PBI ha aumentado más, pero en realidad gran número de personas no tienen la impresión de vivir mejor ya que sufren la constante caída de sus ingresos”.

Contra el mito de la unidad del peronismo

En un país signado desde hace 70 años por el fenómeno político-social que emergió a la vida pública el 17 de octubre de 1945 proporcionando una identidad al movimiento obrero organizado, cuyas dos últimas incursiones en el gobierno - una de corte neo liberal y otra neo desarrollista - parecen constituir las excrecencias y estertores de aquel potencial subversivo original, una visión en perspectiva  parecería  indicar que, cualesquiera que vayan a ser sus posibles reciclajes de ahora en más, el ciclo histórico de su mayor capacidad de producir transformaciones profundas se ha cumplido, y sólo cabría esperar la confluencia de su más cara tradición plebeya de lucha en la nueva alternativa que en adelante sean capaces de forjar los trabajadores y el pueblo en general. De constatarse tal hipótesis, la trajinada unidad del peronismo (alguna vez compuesto por su tronco ortodoxo, el liberal-socialdemócrata, y el combativo… blanco de las más salvajes represalias desde adentro y de afuera) terminará reduciéndose a la utopía corporativa y reaccionaria de una burocracia política y gremial acostumbrada - como el resto de nuestra clase dirigente - a vivir de rentas a expensas del Estado. Constituye pues una responsabilidad indelegable de las mejores experiencias del campo popular canalizar generosamente el desencanto de multitud de jóvenes que durante los  últimos años aspiraron genuinamente a protagonizar un cambio social de fondo, para que dicho caudal no sucumba a los pies de una dirigencia ajena a toda capacidad de autocrítica que, disfrazada de progresista, ya viene urdiendo la nueva encerrona conducente a bregar por el “retorno triunfal” de un modelo a todas luces fracasado: En todo caso, deberán afrontar su responsabilidad ante la historia quienes en las actuales circunstancias sacrifiquen a su militancia tras el espejismo neo desarrollista.

Contra el mito de la humanización del capital

“La furia de la acumulación capitalista ha alcanzado los niveles más altos de su historia. Prácticamente el 1% de la población rica mundial controla cerca del 90% de toda la riqueza. 85 opulentos, según la seria ONG Oxfam Intermón, tenían en 2014 el mismo dinero que 3,5 mil millones de pobres en el mundo. El grado de irracionalidad y también de inhumanidad hablan por sí mismos. Vivimos tiempos de barbarie explícita”.

Leonardo Boff

Otro lugar común en que ha incurrido la dirigencia que rigiera el destino nacional durante los últimos años - no por ridículo indigno de revisión - ha sido el de pretender ejercer un “capitalismo en serio”… cómo si dicho sistema probadamente predador de nuestra especie y su hábitat guardara desde su origen alguna fórmula inaplicada aún y capaz de conducir al bienestar general de la sociedad. La quimera del Comercio Justo como vía para poner fin a la expoliación de los pueblos del mundo periférico tampoco resiste un análisis riguroso. No sólo porque los grandes flujos del comercio internacional continuarían dominados por las grandes empresas transnacionales sino también porque el intercambio desigual entre países tiene una base objetiva que no puede ser modificada con voluntarismo. En realidad es el mismo proceso el que se da entre países que el que ocurre dentro de un país: las ramas y empresas de mayor concentración de capital establecen un intercambio desigual, "injusto", con los sectores y empresas menos monopolizados, menos concentrados, donde la inversión en mano de obra es comparativamente mucho mayor. Una parte fundamental del excedente generado en estos sectores va a parar a las ramas y empresas con el capital altamente concentrado. Bajo la producción mercantil capitalista no podemos esperar otro resultado. No por repetido resulta ocioso señalar que es este mismo proceso de intercambio desigual el que ocurre entre los países imperialistas del centro y los países dominados de la periferia. Es esta diferencia entre sus estructuras económicas la que provoca la dependencia y el intercambio desigual. Y mientras exista el imperialismo así continuará siendo.

Las fórmulas para “ennoblecer” el sistema y poner fin a sus abusos parecen  intentos de oscurecer el océano arrojando un tintero. En la base de su utopismo se encuentra una importante confusión: la de pensar que se puede separar artificialmente el modo de producción y el modo de distribución capitalistas, que puede haber una mejor distribución de la riqueza reformando el capitalismo, es decir, manteniendo su modo de producción, ya que el modo de distribución es consecuencia del modo de producción y que no hay manera alguna de establecer un modo de distribución justo sin suprimir el modo de producción capitalista, lo que nos lleva de lleno al problema del poder político, sin cuya gestación no habrá transformación social.

Durante la transición democrática en nuestro país, el programa televisivo sabatino Función Privada acostumbraba a exhibir cortometrajes antes del largometraje escogido para cada emisión. En uno de ellos, de factura nacional, un sujeto represaliado por la dictadura mantenía a un torturador en cautiverio en un chalet del Tigre, cavilando entre ejecutarlo o no. La decisión de perdonarle la vida  sorprende al protagonista siendo reducido por el verdugo, que termina por eliminarlo. La moraleja de dicho relato  viene como anillo al dedo para concluir que la acumulación de  fuerzas por parte del campo popular debe servir para consolidar irreversiblemente sus conquistas descreyendo aún del más seductor canto de sirena populista emanado de un sistema económico que a lo largo de la historia ha ofrecido sobradas pruebas de conducir a la infelicidad y postración de la humanidad.-


JORGE FALCONE


martes, 1 de diciembre de 2015

De los Derechos Sociales a los Derechos Humanos

EL PROGRESISMO 
COMO HIJO DEL ESCARMIENTO


“A diferencia de sus hijos, que despreciaban la democracia burguesa y querían cambiar el sistema, ellos pensaban que la dictadura que se había llevado a sus hijos era una aberración del sistema. Supieron ver que solo conocerían la verdad sobre las desapariciones y obtendrían justicia para sus víctimas si recuperaban ese sistema, esa democracia tan vapuleada y despreciada por la generación de sus hijos”. 

Santiago O’Donnell y Mariano Melamed,
Derechos Humanos. La historia del CELS (Editorial Sudamericana)

Según los maestros del pensamiento crítico, la dialéctica de la acción impone que cada avance / retroceso en la constante tensión social entre los pueblos y las clases dominantes repercuta no sólo en la infraestructura material de las sociedades en que se verifica, sino a su vez en la superestructura ideológica; esto es, en el campo de las ideas, determinando la prevalencia de lo que se da en llamar “un pensamiento de época”.

Desde hace más de una década, como en otros rincones del planeta, el sistema capitalista dependiente restauró la gobernabilidad en Argentina bajo la hegemonía de una pequeña burguesía radicalizada y portadora de un discurso épico, dispuesta a dar respuesta a algunas urgencias sociales acumuladas durante el período neoliberal desembozado, sin operar cambios sustanciales ni sobre el esquema de dominación global ni sobre la pobreza estructural que aún aqueja a millones de compatriotas. Los cambios en el escenario mundial que acompañó dicho fenómeno (caída del valor de las materias primas debido a la incertidumbre que genera la retracción de la economía china, gran consumidora de materiales industriales, y el pánico de los inversores por el derrumbe de las bolsas mundiales) permiten avizorar un fuerte reflujo conservador en la región, pese a lo cual vale la pena seguir complejizando y profundizando el análisis de las circunstancias que venimos de vivir, hasta ahora sostenidas por una mayoría relativa como un “oasis redentor”.

En tal contexto cabría revisar la gravitación social que de un tiempo a esta parte han adquirido algunos términos acríticamente asumidos por la militancia kirchnerista y mecánicamente trasladados, mediante la caja de resonancia del aparato mediático estatal, a algunas franjas sociales constitutivas de la llamada opinión pública.

La democracia formal de baja intensidad que transitamos desde la debacle de la última dictadura ya venía neutralizando la incomodidad de ciertos términos, sustituyendo - por ejemplo - el de pobre por carenciado o el de vejez por Tercera Edad, cuya resonancia academicista resta dramatismo a los vocablos anteriores, definitivamente más interpeladores. Acaso uno de los mayores retrocesos sufridos en el campo de la enunciación sea el que involucra al viejo pero sobreentendido concepto de Justicia Social acuñado por el ensayo de democracia de masas que campeó en la Patria entre 1945 y 1955 por el de inclusión, concepto que implica lisa y llanamente la apelación a un paliativo distante de producir cambios de fondo en el terreno que alude.

Sin ir más lejos, la reforma constitucional producida durante aquel período - y violentamente derogada por la restauración oligárquica en 1955 - supuso un significativo avance en materia de legislación social, no sólo para nuestro país  (estableciendo un claro contraste con el estatuto vigente durante la llamada “Década Infame”) sino ante el mundo entero:

El 3 de septiembre de 1948, el General Perón anunció al país la próxima reforma de la Constitución Nacional. El 24 de enero de 1949 quedó constituida la Convención Reformadora, presidida por el coronel Domingo Mercante. La oposición negó la validez del cuerpo legislativo y se retiró de la Convención. Por lo tanto el 9 de marzo de 1949 se aprobaron sin descensos las reformas propuestas.

Los principales avances incorporados incluían los derechos del trabajador, la familia y la ancianidad, el derecho a la propiedad privada con una función social y el capital al servicio de la economía nacional. Mediante el artículo 40 se nacionalizaban los minerales, las caídas de agua, los yacimientos de petróleo, de carbón y de gas y las demás fuentes de energía exceptuando los vegetales. También los servicios públicos, cuya enajenación o concesión a particulares quedaba vedada. No estableció un monopolio rígido estatal sino que prohibió el lucro privado permitiendo sociedades mixtas o cooperativas. En el plano político permitía la reelección presidencial y constituía también a la Suprema Corte de Justicia como un tribunal de casación.

La Constitución de 1949 fue una reforma realizada durante el primer gobierno de Juan Domingo Perón (1946-1952). El constitucionalismo social y la constitución del estado de bienestar que caracterizó al siglo XX son procesos insolubles. Los derechos del trabajo se constituyeron así en el eje central del estado de bienestar. Entre las normas económicas, se destacaban las nociones de función social de la propiedad y economía social del mercado. Entre las normas sociales, se destacaban las garantías específicas sobre vivienda, salud, seguridad social, y ancianidad.

Como se verá, aunque sin prescribir el control obrero de la producción como lo hicieran por entonces la Unión Soviética o la China de Mao, se avanzaba en el establecimiento de criterios mucho más audaces que los emanados en los países centrales un año antes, al cabo de la Segunda Guerra Mundial, bajo la denominación de Declaración Universal de los Derechos Humanos: La mayoría de sus artículos - lo que resulta más  evidente del 3 al 11 - involucran derechos de carácter personal, como la prohibición de la esclavitud y la tortura, o el establecimiento de la presunción de inocencia. Pero lo fundamental consiste en que en dicho estatuto - en consonancia con la ideología de las democracias más desarrolladas de Occidente - el sujeto de derecho es el individuo y no la comunidad.

Sin embargo, a causa de la violación del Estado de Derecho producida en nuestro país durante el último gobierno de facto, el movimiento constituido por los familiares de los represaliados por el régimen, predominantemente de extracción social pequeño burguesa, al ver suprimidas todas las garantías constitucionales en el territorio nacional apeló a los foros internacionales para ejercer su reclamo amparándose en la mencionada declaración. A partir de entonces el concepto de Derechos Humanos comenzó a prevalecer sobre el de Derechos Sociales, abarcativo de lo anterior pero satanizado por la cultura del escarmiento instaurada tras el genocidio.

Así llegamos hasta 2003, cuando peligrando la gobernabilidad del sistema emerge una dirigencia política que asume el presupuesto considerado hasta aquí como política de Estado, consecuentemente con su composición de clase media escarmentada de la última experiencia de transformación social intentada hasta la primera mitad de los 70s.

El proceso que se inaugura en consecuencia, profundizando el despojo de sentidos conquistados durante períodos de intensa lucha social, sustituye el valor de cambio social otrora consagrado por el concepto de revolucionario para moderarlo mediante el inofensivo término de progresista.

En conclusión, la capacidad subversiva de las palabras aumenta o decrece en relación al predominio de la fuerza social que las empuña.

Paradojalmente, al progresismo le ha venido tocando ser el rostro más flamante de un nuevo estatuto del coloniaje, cuyo sustento consistió en apelar a una argumentación supuestamente sensata para encubrir el mega despojo en curso.

Huelga pues al campo popular recuperar no sólo conquistas trabajosamente obtenidas durante el siglo XX, sino algunas más que significativas del pasado reciente. Durante el Argentinazo de 2001, por ejemplo, se avanzó significativamente  sobre el estatalismo proveedor justicialista que alguna vez recomendó al obrero ir “del trabajo a casa y de casa al trabajo”, ensayando valiosas experiencias de autogobierno popular como lo fueron las Asambleas Barriales, el Club del Trueque, o el Movimiento Nacional de Empresas Recuperadas.

Es de esperar que el nuevo ciclo de luchas que habrá de inaugurar la mega devaluación en ciernes restituya la materialidad de las conquistas de avanzada y la terminología que las nombra en el sitio que nuestro pueblo precisa y merece. La taba está en el aire. Ante la flagrante crisis de representación mayoritaria de la Nación, todo parecería indicar que sin una Nueva Alianza Constituyente capaz de pactar la Unidad Nacional con Justicia Social l@s argentin@s volveremos a vivir jornadas de zozobra. Pero a estas horas nada hace prever que algo semejante sea posible sin rebelión.-

JORGE FALCONE