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Acaso hallen algo interesante en él quienes mantienen un compromiso de vida con la justicia y con la belleza.

sábado, 1 de diciembre de 2012

Armando el rompecabezas de un corpus arbitrario
TRILOGÍA DE LOS HEREJES


Entonces el tema de los que desaparecen quiere decir que no son visibles. Y actualmente, yo diría, que desaparecidos son los de las villas miserias, un mundo aparte, donde se proyecta: ahí están los delincuentes, etc. ¡Los ladrones están ahí! ¡mirá vos cuánto robaron que tienen una casita hecha con latas!

Alfredo Moffatt,
fragmento de ponencia “Los desaparecidos sociales”,
expuesta en Primer Seminario de Análisis Crítico de la Realidad Argentina,
Universidad Popular Madres de Plaza de Mayo,
y publicada en Diario Página 12 el 26/11/1999.

Y ahí comprendemos que vivir no consiste sólo en tener cosas, sino en este paso irremediable de lo blanco hacia lo negro, de preferir en pleno día a la noche, de estar alegre y pasar a estar triste, de ser culto y viajar a la barbarie, de ser bárbaro y viajar hacia la cultura, de ser bueno y querer ser malo y de la maldad pasar a la bondad. Vivir en suma es poner el pie en la huella del diablo”.

Gûnther Rodolfo Kusch,
fragmento de “El Viaje”,
artículo del libro “Indios, porteños, y dioses”
publicado en 1966.

“Todos saben que mis experiencias las pago personalmente. Pero están también mis libros y mis películas. Quizás soy yo quien se equivoca. Pero sigo diciendo que estamos todos en peligro”

Pier Paolo Pasolini,
fragmento de su última entrevista,
- horas antes de ser asesinado -,
realizada por el periodista Furio Colombo
y publicada en el suplemento “Tuttolibri” del periódico La Stampa el 8/11/1975.


Entender haciendo

Durante la primavera de mi vida me apesadumbraba la sobrevaloración que por entonces merecía la inteligencia racional-deductiva. Afortunadamente, ya en el otoño que transito, la sicología ha tenido la generosidad de arrojarme el salvavidas de la inteligencia emocional. Si hasta entonces estuve convencido de que era bastante duro de entendederas (y un eterno proscripto por las Ciencias Exactas), hoy me consuelo pensando que  desde el afecto también se aprende. Al menos estoy seguro de que es mi modo.

Por esa vía deduzco que probablemente la Trilogía de los Herejes vaya a constituir mi pequeño “legado” a la comunidad de la que formo parte. ¿Cómo llegó hasta mí cada uno de ellos? ¿De qué modo nos interpelan? ¿Porqué me constituyen? Intentaré responder algunos de esos interrogantes a lo largo de esta nota, en la que por vez primera me permito sistematizar sus puntos en común, piezas de un puzzle cuya totalidad sospecho que me retrata.

Burlar a la Inquisición

Tengo la costumbre de partir de una intuición y entender sobre la marcha porqué hago las cosas. Supe de Moffatt a mediados de los 80s, cuando integraba el Taller de Cine de Gerardo Vallejo, talentoso realizador tucumano que en más de una oportunidad me honró llamándome discípulo. La experiencia de registrar por entonces el Congreso Criollo, verdadera corte de los milagros convocada por aquel carismático continuador del pensamiento pichoneano me dejó gusto a poco: Reivindicar los derechos humanos de “el otro país” en el contexto de una incipiente democracia colonial de baja intensidad que - a tono con la prédica de la mayoría de los organismos - se aprestaba  a confinar dicha causa a la vida y la libertad arrebatadas o conculcadas durante los años del Proceso, me pareció una osadía que justificaba seguir los pasos de su mentor. Bastaría con que, inaugurando la primera década del Siglo XXI, esa interpretación que jibariza la concepción desplegada por la Constitución de 1949 se convirtiera en política de Estado para que me resultara impostergable volver a Moffatt a fin de interpelar al sentido común imperante desde el compromiso de este maestro con los desaparecidos sociales, que superan con creces la cifra de 30.000.

  

Mi contacto con Kusch data de los primeros 90s, década que me insumiría un largo duelo de la identidad peronista, al menos tal como la profesaron mis mayores, con absoluta dignidad e hidalguía. Lo conocí a partir de un folleto dejado por una delegación del Centro de Estudios Antropo Y Social Sudamericanos en el despacho del entonces Subsecretario de Cultura de la Nación Luis Durán, cuya breve gestión tuve oportunidad de acompañar. Dicho impreso contenía el emocionante y movilizador artículo titulado “Cuando se viaja desde Abra Pampa”, que desde su primera lectura estimuló mi pensamiento visual, proyectándome en la imaginación una suerte de road movie existencial (Tarkovski definía a su filme “Stalker” como un “western filosófico”) Al despuntar la segunda década del siglo en curso, ya mi concepción política de insurgente de los años 70 había metamorfoseado bajo el influjo filo zapatista del fenómeno asambleístico y piquetero eclosionado hacia diciembre de 2001. En tales circunstancias comencé a considerar que el viejo paradigma de toma del poder al que mi generación había adherido merecía ser reformulado al calor de una crisis civilizatoria que ha puesto en tela de juicio a las grandes corrientes filosóficas surgidas durante el Siglo XIX y enmarcadas por una modernidad que promueve el mito del progreso ilimitado. Siempre me resultó curioso e inexplicable que un intelectual de la envergadura de Gûnther Rodolfo Kusch fuera sistemáticamente omitido en el “panteón oficial del pensamiento nacional”.

    

Hoy estoy convencido de que el autor de “América Profunda” fue un adelantado a su época y de que, si alguna vez su aporte fue necesario, ahora resulta imprescindible para ensayar herramientas teóricas capaces de interpretar el presente más allá del keynesianismo y del marxismo ortodoxo. Asomarse a la originalidad de su planteo supone deshacerse de todos los lastres sostenidos por la cosmovisión occidental e intentar repensar la vida desde la geocultura que nos toca.

Acaso cooptado en mi adolescencia por un patrón hollywoodense para percibir el Séptimo Arte, no podría precisar en qué momento de la vida me animé a ver Pasolini. Recuerdo sin embargo el estreno de su polémico “Evangelio según San Mateo” en el Cine Select de mi ciudad natal, película merecedora del elogio de los compañeros políticamente más esclarecidos de mi promoción del bachillerato, y de una anécdota remota que llegó a mis oídos acerca de que grupos ultramontanos habrían atentado en Italia contra la exhibición de la misma arrancando la letra “M” que encabeza el nombre del apóstol en cuestión para que quedara exhibido en las marquesinas el título “Evangelio según San ateo”. Profesando por entonces la religión católica cultivada por mi familia, me sorprendía que un intelectual de formación marxista se metiera con el Nuevo Testamento. A dicho dato sumaría luego el de que la mayoría de sus rústicos actores eran obreros, campesinos y pescadores oriundos del sur de Italia. ¿A qué clase de artista respondían pues aquellos rostros curtidos, de sonrisa incompleta, aquella sucesión introductoria de planos frontales y simétricos en los que nadie pronunciaba palabra, la exasperante aridez de esos paisajes? Ahora me explico porqué aquel joven que venía inaugurando un humanismo ingenuo prefería “La más grande historia jamás contada” de George Stevens, superproducción que abordando el mismo tema respondía a los cánones del star sistem de la industria cinematográfica saturando su panorámica imagen technicolor con rostros bellos y famosos y música altisonante en los momentos clave. Como todos tenemos derecho a superar tarde o temprano aquella inocencia inaugural con que estrenamos la vida, debo expresar - a riesgo de ser impugnado desde un pensamiento chauvinista - que cuando vi “Los Olvidados” de Buñuel (1950), y ni qué hablar cuando hice lo propio con “Los 400 golpes” de Truffaut (1959), tampoco pasó demasiado tiempo sin que moderara mi ponderación de la “Crónica de un niño sólo” de Favio  (1965). A esta altura - y calificado en cierta ocasión como “impertinente” en el seno de la organización en la que alguna vez milité - debo confesar que siempre me sedujo la ductilidad de algunos semejantes para correrse de la baldosa existencial que han venido ocupando a fin de mirarse desde otro lugar, descubriendo así una perspectiva anteriormente impensable. No es extraño tampoco que en mi viaje de ida, cinéfilo pero festivo aún, me haya deslumbrado el irrepetible grotesco de ese gigantesco imaginero que fue Federico Fellini, y que en este viaje de regreso, más cinéfilo todavía pero finalmente espartano, me identifique visceralmente con la austeridad, el despojo, y la estética proletaria del sufrido Pier Paolo. Mucho influiría, con el tiempo, enterarme ya de adulto de lo despótico y arbitrario que fue el Mago de Rímini, y de lo estoico y leal a si mismo (hasta la inmolación) que fue el polígrafo boloñés. Acaso completa mi fascinación por toda su obra el hecho de que, a sideral distancia de semejante referente, también cultivo una poesía y un cine revulsivos, y a menudo me descubro pensando y actuando a contrapelo de mis congéneres. Actualmente creo que desde que tengo uso de razón el arte me ha rescatado de cualquier forma de autodestrucción, y que, cuando la ética hace causa común con la estética - como en el caso de Pasolini -, la vida misma puede llegar a constituirse en obra de arte.


El cine documental como vehículo hacia una verdad

Me pregunto porqué encajan tan coherentemente en mi las partes de este caprichoso rompecabezas conformado por tres mentes brillantes y provocadoras que no llegaron a conocerse… ¿Cuál es el amalgama que los junta? ¿Compartieron preocupaciones acaso, cada uno desde su quehacer? Estoy en condiciones de fundamentar que sí.

  • Los tres caminaron los márgenes buscando El Sur de las Cosas (una latitud que más que geográfica es ideológica): Uno hizo de las barriadas postergadas y los nosocomios derruidos su ámbito de referencia, y hoy se siente necesario porque - como suele repetir - “el país se ha llenado de pobres y de locos”. Otro, cesanteado por el gobierno de facto decidió mudarse a Maimará para seguir pensando la Patria desde su periferia. Y el último edificó su obra trajinando las borgates romanas plagadas de marginales pendencieros y drogones que fueron su inspiración.

  • Los tres pensaron desde lo plebeyo: Uno advierte que el niño de la calle duerme donde nosotros pisamos y por eso vive alerta. Otro propone que el indio interior que se nos escapa en situaciones límite constituye nuestra parte salvaje, que termina atentando contra la pulcritud externa. Y el último abjura de “la lengua del Dante” para reivindicar los dialectos peninsulares que el Estado Nacional aplasta.

  • Los tres padecieron el desprecio de la academia: Uno se gradúa como arquitecto pero resuelve forjarse sicólogo social autodidácticamente, para comprender y conjurar en los otros el dolor que padeció su madre. Otro se vuelve sabio dándole la espalda a la filosofía y escuchando a los eruditos de a pie. El último renuncia a las estatuillas, la alfombra roja y los autógrafos,  erigiéndose en fiscal de su época y cargando con treinta y tres procesos judiciales.

  • Los tres le lavaron la cara al mito: Uno entendió y tradujo la inmortalidad de esa Abanderada de los Humildes que aún resplandece ante el pabilo de un cirio perennemente encendido en el altar de los hogares humildes como inalterable reservorio de esperanza. Otro descifró para la posteridad los códices nostramericanos del indio Santa Cruz Pachacuti. Y el último reivindicó en la figura de una Medea furiosa el afán de revancha de la barbarie descalificada.

  • Los tres ejercieron la impertinencia: A propósito de la siquiatría medicalista, uno reivindicó al choripán como nuestro Alopydol criollo. Otro se atrevió a enfrentar el “estar” originario contra el “ser” cartesiano. Y en tiempos de insurrección obrero-estudiantil, el último enfrentó a toda la intelectualidad progresista cuestionando el hostigamiento perpetrado por los hijos marxistas de la burguesía contra el sub proletariado vestido de uniforme policial.

En resumen, los tres sufrieron y denunciaron el depredador embate de una modernidad empeñada en arrasar la dimensión sagrada del mundo antiguo. Y el último - además de universalizar la preocupación de los anteriores - ha venido a rescatar y alimentar mi ascendiente meridional, ya que mi abuela paterna nació en Catania, y aunque no conserve el mejor recuerdo de ella sí tengo presente que por esa vía se incorporaron a mi vida una suma de vocablos dialectales que aún conservo, y en contadas ocasiones utilizo. Acaso por la misma razón crecí escuchando cantar a Domenico Modugno y ponderar al genial comediante Totó. Hoy entiendo que esa es la causa inequívoca de que cuente con un oído privilegiado para comprender el italiano y me haya conmovido tanto reencontrar aquellos remotos referentes culturales - así como al dúo cómico Franchi-Ingrassia - reunidos en su cinematografía por el gran polígrafo boloñés. Ahora sé que mi torrente sanguíneo desemboca en el taco de la bota (Nápoles, Sicilia, Calabria) desde el que mis mayores arribaron a este otro sur del mundo. Siendo pues la tríada en cuestión  enemiga unánime de la homologación civilizatoria, no tengo más remedio que concluir aceptando que acaso no exista arbitrariedad tal  en su composición, sobre todo si se revisa detenidamente el perfil de quien la nucléa. Por todo lo dicho hasta aquí - y algunas otras razones que intentaré hacer concientes antes de la muerte - mi modesto aporte cinematográfico es un tributo a estos tres grandes que sin previo aviso se dieron cita en mi generando un proceso de gradual y creciente identificación. Quizá tratando de abrevar en su ideario consiga averiguar quién soy.-

JORGE FALCONE,
Director de los documentales
“El Hereje. Alfredo Moffatt sin plata y sin permiso”,
“Hombre bebiendo luz. Rodolfo Kusch en procura de un pensamiento continental autónomo”, y
“El Profeta. Pier Paolo Pasolini, la vida como obra de arte” (en pre producción):